Cuban Independence Day In Union City
Estrada Palma o la gestión política de un educador
En lo que ya empieza a adquirir el carácter de una tradición, venimos nuevamente hoy a Central Valley un grupo de cubanos —piadosos, nos llamaría Martí que gustaba mucho de usar ese adjetivo— a rendirle tributo a uno de nuestros próceres fundadores, aquel hombre probo que de realizar en este pueblo por largos años obra de educador fue llamado por sus compatriotas a la presidencia de nuestra primera república.
Perteneció Tomás Estrada Palma, a quien varias generaciones de cubanos hemos llamado “Don” en señal de respeto, a aquel linaje de ilustres varones y mujeres de las primeras familias de nuestro país que no tuvieron apego a las holguras de la vida, las cuales trocaron, sin vacilaciones, cuando llegó la hora de enfrentarse con las armas al poder colonial, por las penurias del campo insurrecto, la expropiación de bienes, la cárcel, el exilio y, en muchos casos, la muerte en el campo de batalla o en el patíbulo. Ya andaba sobrado de méritos cuando vino por primera vez a este pueblo luego de la paz del Zanjón y cuando, más tarde, después de un breve paso por Honduras, se radicó definitivamente en él para dedicarse a lo que, más que tarea para ganar el pan, era vocación profundísima de quien creía que educar, al decir de Luz y Caballero, era realmente “templar el alma para la vida”.
Aquí, en medio de este paisaje tan distinto y distante de su natal Bayamo, sentó plaza de educador Estrada Palma, con la devoción de quien sabía que, pese a no tener en ese momento patria a quien llamar suya, salvo por adopción, era deber formar ciudadanos, para el país que lo acogía ciertamente y en el cual llegó a naturalizarse, y también para el país hipotético de sus sueños y de sus esperanzas, pues los hijos de muchos cubanos del exilio vinieron hasta aquí no sólo en busca de educación formal, sino de la rectitud moral, del soberano respeto a la justicia, de la sobriedad de carácter que el maestro ilustre solía inculcar en sus discípulos como parte de un currículo fundamental que excedía al de las meras disciplinas académicas.
Son muchos los cubanos que no saben que nuestro primer presidente —que antes lo había sido por corto tiempo en la república en armas— y el hombre que se quedó en lugar de Martí al frente del partido que éste fundara, fue mucho más un maestro que un político, si es que político fue en alguna medida. Y caso insólito en la historia de nuestro país, y de seguro de muchos otros, no se propuso nunca hacer política, en el sentido tradicional, típico, en que suelen hacerla los que aspiran a un cargo público. Maestro era Estrada Palma, aquí en Central Valley, cuando Martí vino a reclutarlo, como a tantos otros de los veteranos de la guerra del 68, para la nueva empresa independentista. El líder de la revolución cubana, que era también fanático de la educación en su sentido profundo y fundacional, que creía que la república a la que aspiraban los separatistas debía sustentarte en la cultura y en la honradez cívica, supo ver, sin duda, en el educador la concreción de esas virtudes y lo invitó a que se contara entre sus principales colaboradores Y el bayamés, que compartía el escepticismo de muchos de su generación hacia la independencia de Cuba, sintió renacida su fe ante los convincentes argumentos de quien, no en balde, hemos llamado apóstol y a quien, por voto mayoritario de los cubanos de la inmigración, habría de suceder como líder máximo del Partido Revolucionario Cubano. Si alguien ha dudado alguna vez del patriotismo de Estrada Palma, de su honestidad, de su liderazgo, sirva para convencerlo la palabra y la amistad y la confianza del primero de los cubanos.
Falta Martí, caído prematuramente al principio de una guerra que tan celosamente había concebido, y Estrada Palma lo sucede en el liderazgo de la emigración, sin que por ello se desentienda del todo de sus deberes de pedagogo, pese a tener muchas tareas. Desde Nueva York, se ocupa de buscar recursos y contribuciones para los insurrectos en Cuba, y de hacerle llegar refuerzos y pertrechos siempre que puede. Las expediciones que irán llegando a lo largo de la contienda se organizan y se nutren en el exilio y bajo su supervisión. También se ocupa de socorrer a las familias que van quedando desamparadas porque aquellos que las encabezan y sustentan se han ido a combatir y a las viudas y huérfanos de los que van cayendo; y a su cargo está también la propaganda que encuentra eco en muchas de las principales publicaciones periódicas de la época, y no sólo en Estados Unidos. Cuando arrecia la campaña de Valeriano Weyler, a quien España ha enviado a Cuba para liquidar la insurrección a cualquier precio, el Partido Revolucionario, bajo la dirección de Estrada Palma, consigue, valiéndose de sus amigos de la prensa —algunos de los cuales han sido también amigos o admiradores de Martí— sublevar a la opinión pública norteamericana en contra de una campaña que muchos tildan de bárbara.
Cuando viene la intervención norteamericana y los mambises abandonan el campo y se integran a la vida civil a la espera de estrenar su república, Estrada Palma, sin ambiciones políticas, se dedica por entero a la enseñanza en este pueblo, y a este pueblo viene Máximo Gómez, el caudillo militar indiscutible de la revolución cubana, a ofrecerle que acepte la candidatura a la presidencia en las primeras elecciones generales por uno de los partidos que recién se fundan. Con insigne humildad acepta, pero al parecer rehúsa ir a Cuba a hacer campaña política, y es precisamente Máximo Gómez quien se encarga de promover su candidatura de un extremo al otro del país, mientras el maestro prosigue su infatigable labor educadora. Este gesto me resulta, a un tiempo, muestra de insigne modestia y altivez. Siempre me ha parecido alarde de vanidad la cantinela de los políticos presumiendo de lo que van a hacer o de lo que ya han hecho para que sus compatriotas voten por ellos. Cada vez que oigo a alguien decir sin sonrojo: “voten por mí, yo soy el mejor, el que más les conviene, el que defenderé sus empleos o reduciré los impuestos”, no puedo evitar la vergüenza. Sin embargo, en eso se ha convertido la rutina de los políticos en la democracia. A mí, a decir verdad, me parece más modesto y honroso, que sean otros los que propongan y otros los que prediquen las virtudes, méritos o ventajas de un candidato, que no el candidato mismo. Y tal fue lo que decidió Estrada Palma al ser nominado, frente a Bartolomé Masó, para la presidencia de Cuba. Rehusó hacer campaña, delegó ese penoso deber en Máximo Gómez, el hombre que lo había propuesto y en otros partidarios de su candidatura, y regresó a Cuba cuando ya su elección había sido confirmada.
Así, como maestro, como hombre dedicado a la enseñanza, como educador, partió Estrada Palma de este pueblo donde había pasado la mayor parte de su exilio, para ocupar la primera magistratura de su patria recién liberada, donde todo estaba en vías de fundarse, lo grande y lo pequeño: el estado y sus dependencias, la actividad financiera, la salud pública, la educación. No es de asombrarse que un educador, al tanto de las novedades que ocurrían en Estados Unidos en el campo de la pedagogía, pusiera en la educación de los suyos el mayor empeño de su labor de presidente; de suerte que la renovación de la enseñanza, que ya había visto notables adelantos, tanto cualitativos como cuantitativos, durante el período de la intervención, y sobre todo bajo el superintendente general de escuelas Alexis Everett Frye —injustamente olvidado por los cubanos y a quien debemos la modificación del plan de estudios, la creación del kindergarten, la ampliación del currículo, la habilitación de maestros y el suministro de textos y materiales escolares, así como el aumento notable del número de centros docentes— se vio fortalecida y renovada por la gestión del nuevo presidente cuya divisa era “más maestros que soldados”.
Aunque ese objetivo nunca se alcanzó (o tal vez era prematuro o quimérico) la presidencia de Estrada Palma no sólo priorizó la educación —sobre todo en los dos primeros años, antes de que empezara a proyectarse sobre el horizonte la contienda electoral de 1906 que culminaría con la llamada “guerrita de agosto”— sino que gobernó más como un maestro que como un político. Acaso no podía hacer otra cosa, dada su larga carrera de educador y su escasa experiencia política; pero esto nos enfrenta, en mi opinión, a un caso en que las virtudes y los defectos, como tantas veces ocurre, parten de la misma raíz. Así, como Máximo Gómez, habituado a mandar en el campo de batalla, tenía el carácter de un soldado; Estrada Palma llevaba a la gestión presidencial la disciplina magisterial que se impone sin discusión por el que más sabe para beneficio de cuerpo y alma de los educandos que viven bajo la férula del mentor. No es menester explicar la diferencia entre mandar en un colegio y presidir un Estado, diferencia que es muy posible que Don Tomás nunca llegara a comprender. Cierta rebeldía natural de los cubanos, que estrenaban sin mucha preparación previa su condición de ciudadanos, y las críticas —justas e injustas— de la oposición que, como es de esperar en un proceso democrático, aspiraba también a gobernar, tropezaron con la tozudez del educador que sabe lo que le conviene a sus alumnos. Por sus arranques de autoritarismo, Martí le había llegado a decir a Máximo Gómez “general, una nación no se funda como se manda un campamento”. Lástima que ese gran maestro que fue Martí no hubiera tenido tiempo de decirle a Estrada Palma “profesor, un país no se preside como se dirige un colegio”.
La inflexibilidad del maestro que espera ser obedecido primó en Estrada Palma sobre la flexibilidad que se espera en un político, por eso no supo maniobrar cuando los liberales, con las armas, impugnaron su reelección; por la misma razón, por considerar a sus adversarios —y a los cubanos en general— como un pueblo de chiquilines inmaduros e ingratos, rehusó cualquier avenimiento y prefirió crear el vacío de poder que traería de nuevo a los americanos. Ese sería su fracaso y ese sería su estigma, triste colofón de una carrera, por otra parte, sobrada de abnegación, de sacrificio y de entrega a la causa de su país y al mejoramiento humano.
Es bueno, sin embargo que los gobiernos que lo sucedieron y la opinión pública cubana en general—salvo este último medio siglo de distorsión histórica impuesto por el castrismo en Cuba— siguiera, a la hora de juzgar a Don Tomás, la recomendación de Martí de ver, como agradecidos, mucho más la luz de su trayectoria patriótica, su dedicación a la causa de Cuba y la honradez de su gestión presidencial, que las manchas con que su terquedad y su autoritarismo profesoral pudieran haber empañado sus últimos tiempos en el gobierno. Así juzgado, el pueblo cubano terminó por honrarlo y recordarlo como un hombre noble y virtuoso que vio a su patria como una causa de constante servicio.
Este año, el 4 de noviembre, cúmplese un siglo de su muerte y esta reunión de hoy ya es adelanto de esa conmemoración que, creo yo, no debemos pasar por alto. Por el contrario, me parece que, como modesto homenaje de nuestro pueblo exiliado, a él, que sufrió el exilio por tanto tiempo y que, como exiliado, vivió y enseñó aquí en Central Valley, debemos constituir un comité ad hoc que tenga como objetivo específico la erección de un busto suyo aquí en esta ciudad donde ejerció su magisterio y donde tantos no cubanos aún lo recuerdan.
I seize this opportunity to request the enthusiastic collaboration of the local authorities and prominent neighbors of Central Valley to join us in this effort to erect in this town a bust to commemorate the extraordinary life of Tomás Estrada Palma, educator, patriot and first president of the Republic of Cuba, in the centennial of his death. The creation of this committee ad hoc, the idea of which I am just launching today, would look for raising, among our fellow Cubans, the funds for the artistic creation of this bust, cast in bronze; while our friends of Central Valley would provide the piece of public land as well as the pedestal where this bronze would be permanently placed. This is a humble initiative that both our man and this town, where he lived and taught, well deserve.
Thank you
Gracias
Vicente Echerri
Central Valley, 18 de mayo de 2008
4 Comments:
Tomás, do me a favor, tell Mr. Echerri that I thank him from the bottom of my heart and unlike the adage, may I add, I also thank him from the core of my intellect which has been fond, enamored and perhaps even addicted to constantly taking advantage of every opportunity to satiate to excess my hunger for historical evidence and testimonial elucidation.
Mr. Echerri's brief, yet appropriately eloquent essay is not only beautiful, it is also illustrative of the struggle in which the sons and daughters of Cuba have been engaged in the pursuit of independence and freedom for such a long time, our ancestors had a brief taste of those goals and then had them stolen from them. The struggle continues.
P.S. I have not yet received your eMail.
Will do amigo. Vicente is a real nice guy too!
trestradapalma@yahoo.com
No BTR show tonight Tomás?
Sorry guys!
I was laid up with a strained back. I'll give you all the details when we talk.
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